¿ES LA ADMINISTRACIÓN UNA CIENCIA O SOLO UNA ACTIVIDADCIENTÍFICA?
Dr. Cuauhtémoc D. Molina García y Mtra. Minerva Parra Uscanga
Tomado en su totalidad de Revista Exploratoris Observatorio de la Realidad Global IISSN 2153-3318 AcademiiaJJournalls..com Vollumen 1,, 2010. Se reproduce en su totalidad para efectos meramente EDUCATIVOS.
Introducción
Existe
entre los administradores una aseveración que sostiene a toda costa que la
administración es una ciencia. La idea parece provenir de un enunciado que
afirma que si no es ciencia, entonces los administradores no somos académicos
ni tenemos valor profesional universitario. El viejo debate de si la administración
es ciencia o no parece más un asunto de "autoestima" que de
fundamentación epistemológica (Vázquez Ávila, 2002). Este diferendo procede
quizá desde la inclusión de la administración como profesión universitaria,
pues recordemos que en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) se
discutía si debía o no incorporarse la nueva carrera a su oferta académica. Los
tradicionalistas de esa universidad sostenían, hacia los años sesenta del siglo
XX, que cómo era posible que la Magna Casa de estudios tuviera entre sus
materias "administración de ventas" o "contabilidad", por
ejemplo. No admitían que asignaturas de tal estirpe pudieran tener categoría
universitaria.
Parece que
este síndrome aún permea el debate empeñado en sostener que la administración es
una ciencia. Quizá haya otros motivos, entre los cuales se
encuentra la "insoportable levedad" con que los administradores —más
dados a "la práctica" que a "la teoría"— asumimos el
concepto y carácter de ciencia y de teoría, o tal vez no hayamos podido
despojarnos de las influencias de nuestros fundadores (sobre todo el ingeniero
F. W. Taylor) que sostuvo, contra viento y marea, haber creado la administración
científica.
Por
otro lado, a muchos en nuestra profesión les parece un debate ocioso escudriñar
estos temas, pues aducen que es más urgente la aplicación, que la teorización.
Quizá tengan razón si pensamos en el administrador como un gerente en el
ejercicio del arte, y no como un académico pensando cómo y de qué manera la
administración se nos presenta en calidad de objeto de estudio en el marco de
"la realidad". Parece una paradoja sostener empeñosamente que la
administración es una ciencia y no detenerse a reflexionar al respecto. Es en
este sentido, precisamente, en el que tratamos el asunto en este artículo, muy
a pesar de que la epistemología —por elemental que la consideremos— parece más
una palabra elegante y dominguera, que necesaria para afinar el pensamiento en
una disciplina, sobre todo para efectos de la investigación.
¿Qué es la administración?
Incluso
para los tratadistas más avezados, la administración se piensa —a la hora de
las definiciones— como una actividad que alguién hace en el seno de las
organizaciones, y concluyen definiéndola como aquélla “que obtiene resultados
por medio y a través de las personas” (Appely, Lawrence, 1956). Ya luego,
siguiendo las pistas heredadas por Henri Fayol (1991) se le ha enriquecido
afirmando que tal esfuerzo discurre entre las etapas de un "proceso",
el cual denominan justamente proceso
administrativo. Así dicho, el tema parece concluido. La
idea es, además de fácil, práctica. ¿Para qué pensarle más? Sin embargo, el
asunto es más delicado, al menos si queremos pensarlo como académicos y en el marco
de las fundamentaciones epistemológicas. En esencia: quienes proponen la idea
de que la administración es una actividad procesal, tal como la definió H.
Fayol, se quedan cortos e incompletos, pues pensando que “definieron”, lo que
en realidad hicieron fue una simple y burda descripción. Y solo eso, pues descripción
no es sino una sencilla representación del "consistir" que por sí
miama deja de lado el fondo y la esencia de lo que se pretende definir. Es
decir, si uno dice que la arquitectura consiste en hacer edificaciones por
medio del diseño, pues lo que hemos hecho es solo describir, y muy pobremente,
lo que suponemos que la arquitectura es.
¿Es la administración una ciencia?
Esta
pregunta ha sido respondida de muchas maneras, pero casi siempre lo que queda
de fondo son ideas particulares de lo que cada quien entiende por ciencia. También
deberíamos hacernos otras preguntas. Por ejemplo, asumiendo que la
administración sea una ciencia, lo que sigue es preguntarnos qué tipo de
ciencia es. O quizá, antes de concluir que de hecho sea una ciencia, una buena
idea sería postular que la administración es tan solo una teoría, o bien una
actividad cuyos ejecutantes se nutren de teorías, técnicas y algunas ciencias.
También quedaría un vacío cuando nos preguntamos qué tipo de teoría es “eso”
que explica el fenómeno administrativo. Más aún, ¿será que la administración es
apenas una disciplina y no una ciencia?, ¿no será que lo que realmente tenemos
en las manos es un "fenómeno administrativo", o bien un
"fenómeno
organizacional"?
Por supuesto, podríamos especular también respecto de si la administración es en
sí misma una teoría o una ciencia —ella misma— o es que existe además una
teoría y una ciencia externas a la actividad o al campo supuesto de la
administración.
Asumiendo
que la administración fuese una ciencia, ¿cuál es, o cuál sería su objeto
material y cual su objeto formal de estudio? Es decir, ¿cuál es el objeto de
análisis de la administración?, ¿tiene o no tiene objeto? El objeto material de
la administración, para que le sea propio y exclusivo, no debería ser a su vez objeto
de otra ciencia o campo del saber ya constituido, pues de lo contrario estaría “invadiendo
territorios” y no existiría la parcela epistemológica propia del campo de “la
administración”. Pero, aún si el objeto material fuese compartido con otros
campos del saber científico, dado el carácter de la ínter y la multidisciplina,
entonces deberíamos tener una clara distinción del predio propio de la
administración, una vez deslindada con un preciso objeto formal de estudio, y así
ya podríamos establecer la soberanía de la administración (como ciencia) entre
sus pares. Toda ciencia, como sabemos —gracias al pensamiento aristotélico—
tiene esos dos objetos, el material y el formal (Beuchot, Mauricio, 1987).
Dicho
de otra manera: la conducta (la humana en particular) es objeto material de
estudio de la ética, el derecho y la psicología. Es un objeto compartido entre
las tres parcelas epistemológicas. Sin embargo, si solo por el objeto material
fuese, no existiría ni la ética, ni el derecho ni la psicología, pues una y
otra serían lo mismo, y al final solo tendríamos tres nombres para referir la
misma ciencia y el mismo campo o parcela epistemológica. ¿Qué las hace
diferentes y autónomas en sus propios dominios o campos epistémicos? Lo que hace
disímiles a la ética, el derecho y la psicología —teniendo el mismo objeto
material (la conducta humana)— es su objeto «formal», esto es, el
punto de vista,ángulo o perspectiva desde el cual se
aborda el mismo objeto material: la conducta humana.
Según
el deslinde epistemológico que nos proporcionan los conceptos de objeto
«material» y objeto «formal», ya podemos decir que hay tres ciencias autónomas,
independientes y emancipadas: la ética, el derecho y la psicología. Nos
preguntamos ahora, en torno de esta metodología de análisis, ¿cual es el objeto
de estudio —material y formal— de la administración?
Otro
problema no resuelto, por no estar suficientemente abordado por los
"teóricos de la administración", es el siguiente:
1.
¿Es lo mismo decir "la administración es una
ciencia”, que afirmar que existe una ciencia de la administración?
2.
¿Lo anterior es similar a sostener que la administración es
científica?
No
es un juego semántico, pero si lo fuera, ya sería por si mismo complejo. En
realidad, las tres proposiciones citadas en los puntos 1 y 2 constituyen un
problema real de definición, y lamentablemente lo que tenemos son solamente
descripciones, por cierto muy pobremente sistematizadas. Estas ausencias
comprueban en mucho lo que aquí llamamos la «insoportable levedad
epistemológica» de los teóricos de la administración.
La ciencia reguladora de la administración
Si
decimos de que la administración “es” una
ciencia, entonces debemos resolver las preguntas relacionadas con su objeto
material y formal. Ya aquí hay sobrada confusión entre los escritores, desde el
propio Frederick Taylor, hasta los autores mexicanos como Agustín Reyes Ponce,
Francisco Laris Casillas, José Antonio Fernández Arena, Isaac Guzmán Valdivia,
Miguel Duhalt Krauss, Guillermo Gómez Ceja, Fernando Arias Galicia, Sergio
Hernández y Lourdes Münch, por citar "los clásicos" en nuestras
tradiciones áulicas universitarias. Ninguno de ellos define la administración,
y solo la describen como un quehacer ciertamente
pragmático tomando como base "la escuela" del proceso administrativo
derivada de las ideas de Henri Fayol.
Estas
ideas —abundantes en la literatura didáctica de la administración y usada en
escuelas y universidades, en licenciaturas y en posgrados— son acertadas, “si y
solo si”, la administración es considerada como lo que es: una actividad
organizacional, pero no un campo epistémico específicamente definido.
Más
afortunados han sido Peter F. Drucker, Lawrence Appeley, Ernest Dale y Chestar
I. Barnard, quienes siendo lo que fueron —directivos y gerentes del altos
vuelos— ubicaron la administración en su justa dimensión: la de ser una
actividad cada vez más profesionalizada, indispensable
y útil en el seno de todas las organizaciones.
Pero,
si por el contrario, lo que tenemos en las manos es una ciencia “de
la” administración, entonces el problema es otro.
Aquí la administración, aún como actividad, se torna objeto de una ciencia ajena,
externa a ella y no definida, pero que imaginamos surgida de las nuevas
fusiones, contactos e integraciones de saberes previos, tradicionales y
perfectamente establecidos y reconocidos como autónomos.
La
mecatrónica, así definida por el japonés Tetsuro Mori, trabajador de la empresa
nipona Yaskawa, es un buen ejemplo de estas integraciones que han dado lugar a
nuevos dominios parcelarios del saber (Bolton, W, 2001). La mecatrónica es la
integración de la mecánica y la electrónica y actualmente se ha consolidado
como una especialidad de la ingeniería que ha ido incorporando otros elementos,
tales como los sistemas de computación, los desarrollos de la microelectrónica,
la inteligencia artificial y la teoría del control, la informática, etc. El fin
de la mecatrónica es optimizar todos los recursos y elementos incorporados en
los procesos industriales para lograr sinergias que, a su vez, "maximicen
la optimización" (sic), válgase la expresión.
¿Qué
es la mecatrónica?, ¿Es una ciencia nueva? Tenemos que acudir a nuevos
paradigmas del pensamiento científico para hallar nuevas posibilidades que nos
ubiquen en "lo científico", lo tecnológico o lo tecnocientífico en
todas estas nuevas zonas o terrenos del saber que se nos presentan hoy en día.
¿Este es el caso de la administración? Quizá no tengamos una respuesta pronta,
pero si nos queda claro que, le busquemos por donde le busquemos, lo que en
realidad vemos en los hechos es que la administración
es una actividad que
alguien hace en el seno de las organizaciones,
y nunca, jamás, fuera de ellas, y que esta actividad tiene un carácter
científico cuando es realizada profesionalmente.
¿En
qué consiste esta ciencia “de la”
administración? Arrogando que esta ciencia exista como tal, ¿cómo
se llamaría esta ciencia?, ¿administrología, o simplemente así: "ciencia
de la administración"? En este último caso, tendríamos una ciencia sin
nombre y nos preguntamos si también sería una ciencia sin objeto.
Una
ciencia "de la administración" sería, en todo caso, una suerte de ciencia
reguladora, como sostiene (Baena de Alcázar, Mariano,
1990). En efecto, la ciencia reguladora es producto “de este ambiente de consenso
propio de la ciencia académica… que se mueve más bien en el terreno del
disenso, no solo por las limitaciones epistemológicas y metodológicas, sino
también por la falta de acuerdo entre los propios expertos…” (Jasanoff, Sheila,
1995). La ciencia reguladora se propone como una actividad científica concretamente
orientada a suministrar conocimiento para asesorar la formulación de políticas,
para regular tecnologías, procedimientos, etc. Todo ello intrínsecamente
vinculado al quehacer empresarial. Si esta ciencia es posible,
epistemológicamente hablando, pues este sería, sin duda, el carácter de la
dicha «ciencia (reguladora) de la administración».
Una
ciencia reguladora “de la” administración es, necesariamente, una ciencia
externa, colocada fuera de la administración para observarla, reflexionarla y
explicar los fenómenos que le son propios. Esta ciencia reguladora no es la
administración misma, en sí misma, sino una ciencia foránea constituida para
verla y reflexionarla desde una perspectiva inter y multidisciplinaria. Esta
ciencia estaría formada por las ciencias que tradicionalmente han definido el
carácter científico de la administración, como son la psicología, la economía,
las matemáticas —sobre todo la estadística—, la antropología, el derecho, etc.
Estas ciencias explican los fenómenos concurrentes a las acciones que los
administradores desarrollan en el seno de las organizaciones y que tienen que
ver con el comportamiento humano, la sociedad, la economía y las tecnologías
emergentes.
Pero
quedan muchas preguntas oscilando por ahí. Tratando de establecer un símil
entre mecatrónica y administración, lo primero que es de preguntarse es ¿cuáles
serían los componentes de esta ciencia "reguladora" de la
administración? La respuesta parece evidente, al menos en primera instancia: la
psicología, la economía, la estadística, la sociología y la antropología, el
derecho y la informática, serían los componentes científicos básicos. Además de
las ciencias citadas, la ciencia reguladora de la administración sería el continente
de técnicas tales como la contabilidad, las finanzas, la computación, la
mercadotecnia, la producción o las ingenierías aplicables.
Si
la informática o la computación son ciencias o no, es algo que deben discutir
los especialistas en esos campos, pero de antemano ellos tienen ante sí los
mismos problemas epistemológicos que estamos planteando en este artículo. La
segunda pregunta es, ¿qué relaciones internas tendría esta ligazón emergente que
relacionaría la psicología con la economía, el derecho y la antropología, por
ejemplo, con el acto mismo de tomar decisiones y conducir el acto
administrativo por ese tubo llamado «proceso administrativo»? Es decir, cuál
sería la configuración epistémica y lógica de esta ciencia reguladora de la
administración (si es que existe) que evitaría confundir a la administración —o
a su ciencia reguladora— con sus propios componentes? Porque, si los nuevos
conocimientos aportados por las ciencias constituyentes de la ciencia reguladora
forman, de sí propios, una masa emergente e independiente de saberes, pues si
tendríamos una ciencia reguladora nueva, que justamente sería la "ciencia
de la administración", aún sin nombre y que estaría encargada de
entrelazar los saberes de las ciencias constituyentes; pero, si no es así,
entonces solo tendríamos las mismas y tradicionales ciencias aplicadas al
quehacer administrativo, pero enteramente aisladas como hasta ahora. Lo que
siempre ha sido. A todos nos queda claro que a los administradores, directores,
gerentes y jefes —no a la administración— les queda muy bien apoyarse en la
estadística, la matemática, la economía, el derecho, la sociología y la
antropología para actuar y tomar mejores decisiones en sus organizaciones.
Obviamente,
el uso de estas ciencias no les hace científicos.
La administración, ¿es científica?
Y
este último caso, justamente, nos lleva a la tercera problematización ya
señalada: ¿Es la administración científica? Pues esto no tiene más discusión:
si, en efecto, la administración es una actividad científica, pero solo si los
administradores quieren que lo sea. Si en su quehacer profesional los
administradores usan las ciencias de la administración, pues entonces la administración
será científica. Si deciden no hacerlo, pues no tendrá ese carácter. Además,
los administradores profesionales hacen uso del método científico para tomar
sus decisiones y mejorar así el desempeño de sus acciones. No obstante, a los administradores
no les interesa explicar la realidad, elaborar teorías y deducir principios, o
sea, hacer ciencia, sino más bien enfrentar las situaciones decisionales que se
les presentan cotidianamente. En este sentido, el quehacer administrativo —en tanto
científico— no está destinado a teorizar los fenómenos de la realidad organizacional,
sino al menos en la parte que corresponde al mundo inmediato de trabajo de los
administradores.
Los
administradores, lo sabemos todos, toman decisiones, coordinan recursos y
obtienen resultados con eficacia y eficiencia. Para eso están donde están y
para eso les pagan. El trabajo teórico corresponde, hasta donde se sabe, a los
científicos. ¿Son los administradores gente de ciencia?
¿Existen teorías administrativas?
Ni
Abraham Maslow, Douglas McGregor, Rensis Likert, Theodore Herzberg, Henry Fayol
o Frederick Taylor han sido administradores. Tampoco los esposos Gilbreth, Mary
Parker Follet o Herbert Simon pensaron la administración “desde la
administración” como parcela específica del saber. Incluso Taylor —afamado como
el “padre de la administración científica— y Fayol, así como Chester Barnard y
muchos más, fueron ingenieros o economistas que administraron organizaciones de
negocios exitosamente y de cuya experiencia obtuvieron conocimientos que con el
tiempo fueron perfeccionándose gradualmente, y así fue como se obtuvo el saber
necesario para la buena y mejor práctica de la administración. Todos estos
autores postularon teorías provenientes de la psicología, la economía, la
sociología, incluso la matemática; se trata en efecto de teorías que solo son
administrativas en la medida de su aplicación a la dirección y la gerencia,
pero que no son de suyo nacidas “en” el campo disciplinar administrativo.
Podría decirse que su vecindad y asociación con el fenómeno organizacional y
gerencial las ha hecho administrativas.
¿Existe un campo disciplinar administrativo?
Pensamos
que no existe. Puedo incluso afirmarse que “la administración” es de hecho un
campo «epistemológicamente
vacío», carente de objeto material y de objeto formal propios. Se ha postulado
que su objeto es la coordinación y la eficiencia,
pero formalmente es difícil deslindar este objeto, por ejemplo, de la economía.
Asumimos aquí que la administración es en efecto una actividad en torno de la
cual se han vertido —desde
las ciencias sociales y la matemática— aportaciones útiles que bien a bien
podrían calificarse como aportaciones “tecnológicas”
que nutren el “saber cómo” administrar. Existen, en efecto, las ciencias y
técnicas “de la” administración, pero éstas son externas y autónomas por sí
mismas, y solo participan de la administración merced a su aplicación en el
acto de administrar.
La
figura de tales técnicas y ciencias de la administración podría hacernos pensar
en la existencia de una «ciencia reguladora» “de la” administración, que por su
propia formación y naturaleza, sería igualmente externa a ella. Tal ciencia —aun
sin nombre— no se ve formada en plenitud. En este sentido, la administración se
mira exactamente como la comunicación. Pese a la proliferación de programas universitarios
en este campo, la comunicación comparte muchas características con la
administración. Por supuesto, nadie afirma que comunicar sea lo mismo que
administrar, pero en cuanto actividades que son, corren paralelas en el mismo
carril. Tanto una como otra son o implican un proceso, ambas tienen efectos sociales
importantes, ambas tienen que ver con gente, actitudes y comportamientos, ambas
son actividades hechas desde organizaciones, o para organizaciones, para
personas o entre personas y, ante todo, ambas se realizan de mejor manera si
los administradores, o los comunicadores en su caso, se apoyan en ciencias y técnicas
(Álvarez Barajas, Enrique, 1976).
En
el pleno de las universidades y otras instituciones de educación superior, la
administración quizá debió haber nacido como una licenciatura, no en
administración, sino en ciencias y técnicas “de la”
¿administración. Las personas no
estudian administración en realidad, sino en todo caso se ilustran en ciencias y
técnicas que apuntalan y gravitan el quehacer administrativo. Los planes de
estudio de las carreras universitarias y tecnológicas en administración están
repletos de asignaturas y experiencias educativas que rondan los campos
disciplinares de las ciencias de la administración, así como de sus técnicas.
Estudiar, por ejemplo, el proceso administrativo,
sugiere más bien un entrenamiento para
la planeación, la organización o la dirección, que un estudio formal de asuntos
cuya naturaleza y contenidos provienen de otros campos que no son “la
administración”. Sean por caso los temas de liderazgo o motivación, en la parte
procesal de la dirección, o los pronósticos y sus técnicas en la planeación,
los métodos estadísticos en el control, o la propia división del trabajo en la
organización. Los administradores son los que administran, más que los que “saben”
administración. Las habilidades y destrezas de un buen director, líder,
supervisor o gerente provienen más del entrenamiento, la práctica y la
experiencia, que del “saber” administrativo propiamente dicho. ¿Quiénes son los
administradores en cualquier organización? Los administradores —jefes,
gerentes, supervisores, gerentes, presidentes, alcaldes, etc.— son aquéllas
personas que, en algún nivel de sus organizaciones, toman decisiones, coordinan
recursos y obtienen resultados. Estas funciones requieren habilidades y
competencias que son producto del entrenamiento y la experiencia. Por supuesto,
también requieren saberes teóricos, pero estos saberes, por sí mismos, no hacen
al administrador, más bien le complementan. Por tanto, la administración no es
un campo disciplinar, es más bien un núcleo de actividades cuyo escenario es,
por antonomasia, la o las organizaciones.
Conclusiones
La
administración es un campo epistemológicamente vacío. No existe, ni como
ciencia, ni como teoría. La administración como tal es solo una actividad que
supone saberes que los administradores deben poseer para hacer de ella una
actividad eficiente. Es de preguntarnos si existe o no la ciencia “de la”
administración, en calidad de «ciencia reguladora», según los paradigmas
científicos emergentes.
Es
entendible que la administración —como actividad directiva— sea científica,
pero solo si los administradores se apoyan en los saberes científicos y
técnicos; esto es, la cientificidad de la actividad administrativa está
centrada en el sujeto y no en el objeto. La administración es, más bien, una
actividad profesional con apoyos tecnocientíficos claramente identificados y
efectivamente contribuyentes a la eficiencia de las tareas administrativas,
sobre en todo en el seno de organizaciones complejas. Es un error de forma y
fondo postular que las universidades enseñen administración, cuando lo que
realmente ofrecen a sus estudiantes son aprendizajes en ciencias y técnicas de
la administración, pues el arte de conseguir resultados por medio y a través de
las personas —los otros— es más una habilidad y una competencia, para las
cuales ciertamente se requiere entrenamiento a fin de desarrollarlas a
plenitud. Los egresados de los programas universitarios se titulan “sabiendo”
tales ciencias y técnicas, así como conceptos básicos de administración — el
proceso administrativo—, pero ello no implica necesariamente que tales estudios
curriculares les haga administradores. La competencia —en el sentido de
habilidad— de los administradores se forma en el camino y en el desempeño de la
práctica profesional en las organizaciones, de tal suerte que administrador es
el que administra, no tanto el que sabe administración.
Administrar
es algo que se aprende en la brega y con las riendas del mando en las manos, exactamente
del mismo modo que nadar se aprende nadando. Las licenciaturas, así como los
posgrados universitarios, brindan lecciones de técnicas y ciencias de la
administración y eventualmente proporcionan escaso entrenamiento directivo en
liderazgo, manejo de conflictos, toma de decisiones, negociación, motivación,
que es lo más que pueden en efecto hacer. Sin embargo, esto no desluce el
carácter profesional que los administradores puedan llegar a enarbolar en el
ejercicio de su profesión.
Las
organizaciones —como escenario natural de acción de los administradores— son
cada vez más complejas, pues cohabitan en entornos más competidos y por ello
requieren crear y sostener ventajas competitivas que solo los Managers y
líderes, ejecutivos y gerentes pueden desarrollar. Las organizaciones solicitan
Generales que las lleven con estrategia al éxito, que no es otro que el logro
de sus objetivos y metas.
Parece
que el verdadero y trascendental debate no radica en el tratamiento de
cuestiones empistemológicas — como la aquí tratada—, sino más bien en
vislumbrar las formas en cómo los planes y programas de estudio de las carreras
gerenciales y de negocios son capaces de lograr efectivamente crear y
desarrollar las habilidades y competencias profesionales necesarias para formar
auténticos líderes y manejadores de organizaciones.
Referencias
Álvarez
Barajas, Enrique (1976). Ciencias de la comunicación.
Dirección General de Difusión Cultural
(UNAM),
México.
Appely, Lawrence (1956). Management in Action. AMA, USA.
Beuchot,
Mauricio (1987). Metafísica: la Ontología aristotélica
tomista de Francisco de Araujo. UNAM,
México.
Bolton, W
(2001). Mecatrónica: sistemas de control electrónico
en la ingeniería mecánica y eléctrica. Alfa
Omega, México.
Baena del
Alcázar, Mariano (1991). Curso de ciencia de la
administración. Tecnos, Madrid.
Fayol, Henri
(1991). Administración industrial y general.
Ed. El Ateneo, Buenos Aires, Arg.
Jasanoff, Sheila (1995). Handbook of Science and Technology Studies. Trecor Pinch Editor,
USA.
Vázquez Ávila,
Guillermo (2002). Análisis epistemológico de la
administración. Cien años de práctica de la administración y su aportación al
conocimiento. Universidad de Guadalajara, México