¿El amor no existe? es una construcción social para justificar el comportamiento producido por los instintos cuya razón de ser es el apareamiento para la perpetuación de la especie.
La invención del amor
Si usted piensa que el amor no tiene edad, es eterno, ciego, incondicional e incorrupto, sepa que todos estos conceptos no son universales ni naturales. ¿Por qué? ¿Será que hemos vivido en el engaño?
*
De pronto que se acerca un caballero, su pelo ya pintaba
algunas canas. Me dijo: le suplico, compañero, que no hable
en mi presencia de las damas.
«Mujeres Divinas», Martín Urieta
¿Qué pensaría usted si le digo que la mayor parte de las prácticas amorosas, entre ellas las más melosas y tradicionales, las que algunos sentimos sexistas y otros corteses, las que van desde el cortejo a la mujer, las flores, la búsqueda de la amada y el tratamiento privilegiado —«primero las damas»—, hasta las maneras gentiles y atentas, la preservación de la virginidad, el adulterio velado y los mensajes cifrados de las relaciones extramaritales, son un mero invento del siglo XII?
A partir de este siglo, la cultura occidental «empieza a entender el término amor en un sentido muy distinto de como lo había hecho anteriormente»,[1] se crean términos de conducta aún vigentes, pero que a un ciudadano de la Roma imperial le habrían parecido absurdos y a un hombre del lejano Oriente, poco menos que incomprensibles.
La idea del amor y el enamoramiento que hoy tenemos, que vemos en las telenovelas, en las novelas rosas tipo Corín Tellado y, sobre todo, en celebraciones como la de San Valentín —con sus cajas de chocolates, sus ositos de peluche, sus joyas en caja y las postales de «Amor es…»— derivan de esa añeja tradición medieval.
La mujer en el medioevo
Durante la Edad Media, el papel y la imagen de la mujer atravesarían por diversas concepciones —no olvidemos que es un periodo de diez siglos—: primero, la visión misógina de los padres de la Iglesia como San Antonio, San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, quienes la consideraban «soberana peste, puerta del infierno, amor del diablo, deficiencia de la naturaleza, larva del demonio o flecha del diablo»; luego, este desprecio cambió un poco al instaurarse la imagen de la Virgen María —la madre de Dios y sus dones: virtud y maternidad— como modelo a seguir para las religiosas y las doncellas; por último, entraría en juego una tercera concepción que vincularía a la mujer con la redención de los pecados: la de María Magdalena, con quien la imagen de lo femenino se hace más real —ya no es demonio ni santa—, más humana y más asequible: una pecadora que se puede salvar como cualquier hombre.
Es un poco lo que nos relata Dante en La divina comedia, donde nos muestra tres espacios diferentes, pero conjeturados entre sí: el infierno, Eva; el cielo, María; y el purgatorio, Magdalena.[2]
Enlaces pactados
Por otro lado, recordemos que, durante el Feudalismo, a los miembros de las familias aristocráticas se les preparaba desde la infancia para unirse en matrimonios concertados,[3] en cuyas negociaciones no podían influir.
Se pensaba que las circunstancias, la inteligencia de los esposos, la habilidad de sus familias y la discreción de los personajes de la Corte contribuirían al éxito de los mismos; pero la mayor parte de las veces la sumisión y la aceptación absoluta de esta costumbre hacían que los contrayentes vivieran una realidad conyugal atroz, distante, ajena o, simplemente, aburrida. Esto provocaba que la mujer «malmaridada» —común en esta época— buscara alternativas a su desdicha y muchas veces las encontrara en los amores secretos, prohibidos e imposibles de los sigilosos caballeros.
De guerrero a caballero
Por su parte, el hombre medieval también sufriría una transformación en su comportamiento social. Aquél que por necesidad seconvertía en guerrero para formar parte del estamento superior de la sociedad seguía un proceso evolutivo que lo llevaba de un «salvaje cubierto de hierro» a un caballero[4] refinado con una codificación de su conducta bélica y cotidiana, en sus maneras y en sus gustos. Aquellos combatientes que participaban en batallas durante los primeros siglos de la Edad Media, después de ir a las Cruzadas y tener un contacto cultural y el conocimiento de sociedades más refinadas,[5] poco a poco modificarían su comportamiento. Así, las buenas maneras, la generosidad y el refinamiento serían entonces tan o más importantes que la habilidad con las armas y el valor, tanto en la Corte, como en la convivencia de hombres y mujeres, o en las fiestas y torneos.
El amor feudal
Dentro de este contexto, en el Languedoc[6] de fines del siglo XI apareció una nueva concepción de la relación amorosa, que se llamó fin’amor y se expresó especialmente a través de la poesía de trovadores y juglares —lírica, artificiosa y enigmática[7]—, se extendió a toda Europa y, en siglos posteriores, a todo el mundo occidental.
Esta concepción expresa una forma de amor cuyas características básicas son el servicio a la dama, la cortesía en las formas, el adulterio y el amor secreto. Algo así como un «feudalismo amoroso», como bien dice Aurelio González, donde el amante es el siervo o vasallo de la dama, e incluso muchas veces se dirige a ella como midonz —«mi señor», «mi don»—. Sus virtudes son la obediencia y la aceptación; asimismo, el rito iniciático y los rituales caballerescos[8] son acciones que el amante debe realizar con su amada, lo que lo convierte en caballero porque es capaz de amar, y es el amor el que lo hace cortesano, lo que le da luz y le permite continuar.
Amor real, no platónico
Pero este fin’amor —amor cortés, servil, feudal o caballeresco, como le queramos llamar— no era, como se piensa erróneamente, ideal o platónico. La mujer se ha idealizado, pero es alcanzable. El enamorado ambiciona llegar al fach o fait,[9] —es decir, el acto amoroso—, aunque no siempre lo logra y a veces tiene que contentarse con escarceos, promesas e incluso con el coitus interruptus, pasando por todas las etapas previas, esas que señalan algunos tratadistas latinos de la época: visus —miradas—, alloquium —exhortación—, contactus —contacto—, basia —besos— y factum —acto amoroso.
Este tipo de relación amorosa exigía la discreción absoluta de los amados y los amantes, por lo que el nombre de la dama además nunca se debía hacer público por ningún motivo, bajo pena de cometer una félonie —infidelidad— que evidentemente haría indigno al caballero.1 [10]El marido no debía saber del amor de su mujer ni de su enamoramiento —recordemos que el adulterio femenino no se consideraba igual que el masculino, ya que la honra del hombre era depositada en la mujer por vía del padre que la entregaba en matrimonio—, ya que su infidelidad se buscaba y se condenaba. De hecho, Ginebra, la esposa del rey Arturo, fue una heroína porque supo ser mujer del gran héroe y a la vez desafiar su condición enamorándose de Lanzarote, caballero e ideal amoroso.
Los principios del amor
Los principios del fin’amor o amor cortés aparecen recogidos y sistematizados en el De arte honeste amandi, Ars amatoria, o De amore, de Andreas Capellanus, obra que incluye un manual de cortesía acerca de cómo se adquiere y conserva el amor, y los fallos de las Cortes de Amor, formadas por damas de alto rango como Leonor de Aquitania.[11] Entre sus principios rectores más importantes están:
* El amor no es posible en el matrimonio porque no existe libertad.
* Es insensato que la dama que no ama exija ser amada.
* Es indigno emplear un intermediario en asuntos de amor.
* Nada impide a una mujer ser amada por dos hombres, ni a un hombre por dos mujeres.
* El verdadero amante siempre está absorto por la imagen de la amada.
* No tiene ningún valor lo que el amante obtiene sin el consentimiento de la amada.
*El amor rara vez dura cuando se le divulga demasiado.
El fin del amor
Al intentar explicar por qué se construyó o se inventó el amor cortés y la lírica trovadoresca, algunos han rastreado la presencia mal interpretada de Ovidio y su Ars amatoria; sin embargo, como nos dice González, «la ironía, el interés y el realismo de sus planteamientos sobre el amor contrastan con la seriedad e idealización del tratamiento medieval». Asimismo, este tipo de exaltación sentimental, esta práctica semisecreta, idealizada y tierna era, sin duda, una evasión de la realidad conyugal y cotidiana de entonces, una reacción de escape ante un tipo de vida que no ofrecía muchas posibilidades, como podía ser la vida de la mayoría de los caballeros y de las damas mal casadas que recibían pocas atenciones por parte del marido, ya sea por diferencia de edad, por ausencia —los maridos solían partir a la guerra— o por indiferencia.
Por otra parte, en el amor cortés muchos han encontrado visos de sexismo, ya que transforma a la mujer en un ser pasivo o en un objeto, lo cual dio lugar a normas misóginas —como la limitación del campo de acción de la mujer al ámbito de la casa— que se volvieron habituales. Pero, a la vez, en esa búsqueda del amor podemos ver antecedentes de una mujer que se ve a sí misma, que se reconoce y que logra tener un desarrollo discursivo fuera del ámbito tradicional doméstico.
Lo que es un hecho es que este modelo creado en Occitania en el siglo XII sobrevivió y aún pervive en ciertas formas de cortesía y de relación —de ficción, de cine y de hecho— en nuestros días. González nos dice: «De muchas formas, la dama y el caballero se siguen ocultando dentro de cada uno de nosotros, y aparecen en los momentos más insospechados». Y eso sigue siendo cierto. Piense usted si no.
[1] Aurelio González, «De amor y matrimonio en la Europa medieval» en Amor y cultura en la Edad Media, Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México: México, 1991; pp. 29-42.
[2] Alberto Hurtado, Algunas pinceladas de amor cortesano, Conferencia sobre Literatura Medieval, Departamento de Filosofía y Humanidades, Madrid: Universidad Complutense, 2005.
[3] v. Algarabía 3, enero-marzo 2002, Ideas: «Mil años de matrimonio»; pp. 17-23. También El libro de todo, como en botica IV—del placer a la invención—, Colección Algarabía, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 57 -67.
[4] . Algarabía 31, febrero 2007, Ideas: «Caballeros y damas»; pp. 23-29. También El libro de todo como en botica i, Colección Algarabía, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 161-167.
[5] Cf. Jacques Lafitte-Houssat, Trovadores y Cortes de Amor, eude.
[6] Languedoc es una región de Occitania —sur de Francia—, antiguamente llamada Gotia o región Narbonense. Languedoc alude al idioma vernáculo de esta región: «lengua de oc», que viene de la palabra oc —y ésta del latín hoc, que significa «sí».
[7] Los juglares fueron los transmisores fundamentales de la cultura durante la Edad Media, ya que difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gente analfabeta cuya única tradición era la oral. v. Algarabía 25, mayo 2006, Causas y azares: «Músicos trashumantes»; pp. 46-49.
[8] Los rituales del vasallo y del amor se asimilan y así encontramos actos como la Immixtio manuum, en la que el Señor toma entre sus manos las del vasallo; el volo, donde el vasallo expresa su voluntad y su fidelidad, y el osculum, beso de confirmación de las obligaciones contraídas.
[9] «Hecho», en lengua occitana o languedoc.
[10] ¿Derivará de este precepto aquella frase de «Los caballeros no tienen memoria»?
[11] Leonor de Aquitania (1122-1204) fue nieta del gran Guillermo IX —primer trovador, patrono de trovadores, pintores y pensadores— y madre de Ricardo «Corazón de León»; además, fue dos veces reina, musa de trovadores y bardos bretones, compositora, y sin duda la responsable de que la historia del ciclo
La invención del amor
La invención del amor
Si usted piensa que el amor no tiene edad, es eterno, ciego, incondicional e incorrupto, sepa que todos estos conceptos no son universales ni naturales. ¿Por qué? ¿Será que hemos vivido en el engaño?
*
De pronto que se acerca un caballero, su pelo ya pintaba
algunas canas. Me dijo: le suplico, compañero, que no hable
en mi presencia de las damas.
«Mujeres Divinas», Martín Urieta
¿Qué pensaría usted si le digo que la mayor parte de las prácticas amorosas, entre ellas las más melosas y tradicionales, las que algunos sentimos sexistas y otros corteses, las que van desde el cortejo a la mujer, las flores, la búsqueda de la amada y el tratamiento privilegiado —«primero las damas»—, hasta las maneras gentiles y atentas, la preservación de la virginidad, el adulterio velado y los mensajes cifrados de las relaciones extramaritales, son un mero invento del siglo XII?
A partir de este siglo, la cultura occidental «empieza a entender el término amor en un sentido muy distinto de como lo había hecho anteriormente»,[1] se crean términos de conducta aún vigentes, pero que a un ciudadano de la Roma imperial le habrían parecido absurdos y a un hombre del lejano Oriente, poco menos que incomprensibles.
La idea del amor y el enamoramiento que hoy tenemos, que vemos en las telenovelas, en las novelas rosas tipo Corín Tellado y, sobre todo, en celebraciones como la de San Valentín —con sus cajas de chocolates, sus ositos de peluche, sus joyas en caja y las postales de «Amor es…»— derivan de esa añeja tradición medieval.
La mujer en el medioevo
Durante la Edad Media, el papel y la imagen de la mujer atravesarían por diversas concepciones —no olvidemos que es un periodo de diez siglos—: primero, la visión misógina de los padres de la Iglesia como San Antonio, San Jerónimo y Santo Tomás de Aquino, quienes la consideraban «soberana peste, puerta del infierno, amor del diablo, deficiencia de la naturaleza, larva del demonio o flecha del diablo»; luego, este desprecio cambió un poco al instaurarse la imagen de la Virgen María —la madre de Dios y sus dones: virtud y maternidad— como modelo a seguir para las religiosas y las doncellas; por último, entraría en juego una tercera concepción que vincularía a la mujer con la redención de los pecados: la de María Magdalena, con quien la imagen de lo femenino se hace más real —ya no es demonio ni santa—, más humana y más asequible: una pecadora que se puede salvar como cualquier hombre.
Es un poco lo que nos relata Dante en La divina comedia, donde nos muestra tres espacios diferentes, pero conjeturados entre sí: el infierno, Eva; el cielo, María; y el purgatorio, Magdalena.[2]
Enlaces pactados
Por otro lado, recordemos que, durante el Feudalismo, a los miembros de las familias aristocráticas se les preparaba desde la infancia para unirse en matrimonios concertados,[3] en cuyas negociaciones no podían influir.
Se pensaba que las circunstancias, la inteligencia de los esposos, la habilidad de sus familias y la discreción de los personajes de la Corte contribuirían al éxito de los mismos; pero la mayor parte de las veces la sumisión y la aceptación absoluta de esta costumbre hacían que los contrayentes vivieran una realidad conyugal atroz, distante, ajena o, simplemente, aburrida. Esto provocaba que la mujer «malmaridada» —común en esta época— buscara alternativas a su desdicha y muchas veces las encontrara en los amores secretos, prohibidos e imposibles de los sigilosos caballeros.
De guerrero a caballero
Por su parte, el hombre medieval también sufriría una transformación en su comportamiento social. Aquél que por necesidad seconvertía en guerrero para formar parte del estamento superior de la sociedad seguía un proceso evolutivo que lo llevaba de un «salvaje cubierto de hierro» a un caballero[4] refinado con una codificación de su conducta bélica y cotidiana, en sus maneras y en sus gustos. Aquellos combatientes que participaban en batallas durante los primeros siglos de la Edad Media, después de ir a las Cruzadas y tener un contacto cultural y el conocimiento de sociedades más refinadas,[5] poco a poco modificarían su comportamiento. Así, las buenas maneras, la generosidad y el refinamiento serían entonces tan o más importantes que la habilidad con las armas y el valor, tanto en la Corte, como en la convivencia de hombres y mujeres, o en las fiestas y torneos.
El amor feudal
Dentro de este contexto, en el Languedoc[6] de fines del siglo XI apareció una nueva concepción de la relación amorosa, que se llamó fin’amor y se expresó especialmente a través de la poesía de trovadores y juglares —lírica, artificiosa y enigmática[7]—, se extendió a toda Europa y, en siglos posteriores, a todo el mundo occidental.
Esta concepción expresa una forma de amor cuyas características básicas son el servicio a la dama, la cortesía en las formas, el adulterio y el amor secreto. Algo así como un «feudalismo amoroso», como bien dice Aurelio González, donde el amante es el siervo o vasallo de la dama, e incluso muchas veces se dirige a ella como midonz —«mi señor», «mi don»—. Sus virtudes son la obediencia y la aceptación; asimismo, el rito iniciático y los rituales caballerescos[8] son acciones que el amante debe realizar con su amada, lo que lo convierte en caballero porque es capaz de amar, y es el amor el que lo hace cortesano, lo que le da luz y le permite continuar.
Amor real, no platónico
Pero este fin’amor —amor cortés, servil, feudal o caballeresco, como le queramos llamar— no era, como se piensa erróneamente, ideal o platónico. La mujer se ha idealizado, pero es alcanzable. El enamorado ambiciona llegar al fach o fait,[9] —es decir, el acto amoroso—, aunque no siempre lo logra y a veces tiene que contentarse con escarceos, promesas e incluso con el coitus interruptus, pasando por todas las etapas previas, esas que señalan algunos tratadistas latinos de la época: visus —miradas—, alloquium —exhortación—, contactus —contacto—, basia —besos— y factum —acto amoroso.
Este tipo de relación amorosa exigía la discreción absoluta de los amados y los amantes, por lo que el nombre de la dama además nunca se debía hacer público por ningún motivo, bajo pena de cometer una félonie —infidelidad— que evidentemente haría indigno al caballero.1 [10]El marido no debía saber del amor de su mujer ni de su enamoramiento —recordemos que el adulterio femenino no se consideraba igual que el masculino, ya que la honra del hombre era depositada en la mujer por vía del padre que la entregaba en matrimonio—, ya que su infidelidad se buscaba y se condenaba. De hecho, Ginebra, la esposa del rey Arturo, fue una heroína porque supo ser mujer del gran héroe y a la vez desafiar su condición enamorándose de Lanzarote, caballero e ideal amoroso.
Los principios del amor
Los principios del fin’amor o amor cortés aparecen recogidos y sistematizados en el De arte honeste amandi, Ars amatoria, o De amore, de Andreas Capellanus, obra que incluye un manual de cortesía acerca de cómo se adquiere y conserva el amor, y los fallos de las Cortes de Amor, formadas por damas de alto rango como Leonor de Aquitania.[11] Entre sus principios rectores más importantes están:
* El amor no es posible en el matrimonio porque no existe libertad.
* Es insensato que la dama que no ama exija ser amada.
* Es indigno emplear un intermediario en asuntos de amor.
* Nada impide a una mujer ser amada por dos hombres, ni a un hombre por dos mujeres.
* El verdadero amante siempre está absorto por la imagen de la amada.
* No tiene ningún valor lo que el amante obtiene sin el consentimiento de la amada.
*El amor rara vez dura cuando se le divulga demasiado.
El fin del amor
Al intentar explicar por qué se construyó o se inventó el amor cortés y la lírica trovadoresca, algunos han rastreado la presencia mal interpretada de Ovidio y su Ars amatoria; sin embargo, como nos dice González, «la ironía, el interés y el realismo de sus planteamientos sobre el amor contrastan con la seriedad e idealización del tratamiento medieval». Asimismo, este tipo de exaltación sentimental, esta práctica semisecreta, idealizada y tierna era, sin duda, una evasión de la realidad conyugal y cotidiana de entonces, una reacción de escape ante un tipo de vida que no ofrecía muchas posibilidades, como podía ser la vida de la mayoría de los caballeros y de las damas mal casadas que recibían pocas atenciones por parte del marido, ya sea por diferencia de edad, por ausencia —los maridos solían partir a la guerra— o por indiferencia.
Por otra parte, en el amor cortés muchos han encontrado visos de sexismo, ya que transforma a la mujer en un ser pasivo o en un objeto, lo cual dio lugar a normas misóginas —como la limitación del campo de acción de la mujer al ámbito de la casa— que se volvieron habituales. Pero, a la vez, en esa búsqueda del amor podemos ver antecedentes de una mujer que se ve a sí misma, que se reconoce y que logra tener un desarrollo discursivo fuera del ámbito tradicional doméstico.
Lo que es un hecho es que este modelo creado en Occitania en el siglo XII sobrevivió y aún pervive en ciertas formas de cortesía y de relación —de ficción, de cine y de hecho— en nuestros días. González nos dice: «De muchas formas, la dama y el caballero se siguen ocultando dentro de cada uno de nosotros, y aparecen en los momentos más insospechados». Y eso sigue siendo cierto. Piense usted si no.
[1] Aurelio González, «De amor y matrimonio en la Europa medieval» en Amor y cultura en la Edad Media, Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México: México, 1991; pp. 29-42.
[2] Alberto Hurtado, Algunas pinceladas de amor cortesano, Conferencia sobre Literatura Medieval, Departamento de Filosofía y Humanidades, Madrid: Universidad Complutense, 2005.
[3] v. Algarabía 3, enero-marzo 2002, Ideas: «Mil años de matrimonio»; pp. 17-23. También El libro de todo, como en botica IV—del placer a la invención—, Colección Algarabía, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 57 -67.
[4] . Algarabía 31, febrero 2007, Ideas: «Caballeros y damas»; pp. 23-29. También El libro de todo como en botica i, Colección Algarabía, México: Editorial Lectorum y Otras Inquisiciones; pp. 161-167.
[5] Cf. Jacques Lafitte-Houssat, Trovadores y Cortes de Amor, eude.
[6] Languedoc es una región de Occitania —sur de Francia—, antiguamente llamada Gotia o región Narbonense. Languedoc alude al idioma vernáculo de esta región: «lengua de oc», que viene de la palabra oc —y ésta del latín hoc, que significa «sí».
[7] Los juglares fueron los transmisores fundamentales de la cultura durante la Edad Media, ya que difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gente analfabeta cuya única tradición era la oral. v. Algarabía 25, mayo 2006, Causas y azares: «Músicos trashumantes»; pp. 46-49.
[8] Los rituales del vasallo y del amor se asimilan y así encontramos actos como la Immixtio manuum, en la que el Señor toma entre sus manos las del vasallo; el volo, donde el vasallo expresa su voluntad y su fidelidad, y el osculum, beso de confirmación de las obligaciones contraídas.
[9] «Hecho», en lengua occitana o languedoc.
[10] ¿Derivará de este precepto aquella frase de «Los caballeros no tienen memoria»?
[11] Leonor de Aquitania (1122-1204) fue nieta del gran Guillermo IX —primer trovador, patrono de trovadores, pintores y pensadores— y madre de Ricardo «Corazón de León»; además, fue dos veces reina, musa de trovadores y bardos bretones, compositora, y sin duda la responsable de que la historia del ciclo
La invención del amor